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El trasfondo energético del conflicto de Ucrania

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El principal resultado de las recientes conversaciones en Minsk (Bielorrusia) sobre Ucrania ha sido un acuerdo de alto el fuego completo a partir del 15 de febrero.

Pero, más allá de los acuerdos concretos alcanzados (intercambio de prisioneros, creación de una zona tampón, retirada de armamento pesado, y otras), lo cierto es que, a estas alturas del conflicto, Rusia ya ha conseguido convertirlo en un nuevo conflicto congelado del espacio post-soviético: además de anexionarse para siempre Crimea, es imposible no establecer un paralelismo entre las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, y las de Osetia del Sur y Abjasia en Georgia.

El conflicto ya está como pretendía Rusia: enquistado y con muchas aristas por limar pese a los recientes acuerdos (en pocas horas ya ha comenzado la confusión sobre la liberación de la aviadora ucrania Nadezhda Sávchenko). Además, al igual que sucedió con Georgia, posiblemente la inestabilidad inhabilite definitivamente a Ucrania para incorporarse a la OTAN. Desde esta perspectiva la situación ha cambiado sustancialmente en beneficio de Rusia, más aún considerando que, si hace apenas unos meses Ucrania -incluyendo sus territorios del este cuyo control ha perdido- pretendía integrarse en la Unión Europea (UE), ahora la Rada Suprema debería reformar la Constitución para adaptarse a una nueva realidad territorial resultado de la violación rusa de su soberanía e integridad territorial, reforma que no resultará fácil por las divisiones partidistas y otras cuestiones de ámbito doméstico.

No obstante, conviene recordar que ya antes de la guerra ruso-georgiana de 2008 Francia y Alemania habían rechazado la incorporación de Georgia a la OTAN, decisión que se explica en buena medida por el deseo de ambos Estados de no enemistarse con la superpotencia energética, de la que tanto dependen ellos y la UE (la dependencia rusa de algunos de sus Estados miembros en términos energéticos es total). Esa dependencia explicaría también en buena medida en el caso de Ucrania la tibieza de la UE, aunque también dicha tibieza forme parte del reparto de papeles entre la UE y Estados Unidos en el que sería este último el encargado de elevar el tono para que sea la UE la que explote la vía diplomática.

Sin embargo, ciertamente a Estados Unidos le preocupa la deriva rusa, como demuestra la segunda Estrategia de Seguridad Nacional de Obama, que se pone en guardia frente a la “agresión de Rusia”, fórmula muy presente en el documento estratégico. De hecho, Estados Unidos habría podido contribuir al aumento de la producción de crudo para generar un desplome de su precio que está hundiendo la economía rusa (el precio del gas natural está vinculado al del crudo), extraordinariamente dependiente de los ingresos por el comercio energético. Nada podía dañar más a Rusia, ya de por sí muy castigada por las sanciones occidentales en respuesta a su postura en Ucrania. No en vano, hace unos días el vicepresidente del banco central ruso declaró que la crítica situación actual de la economía rusa -pérdida de ingresos, caída de la bolsa, fuerte devaluación del rublo, drástica subida del tipo de interés para combatir esa devaluación y la inflación- era inimaginable hace un año incluso en una “pesadilla”.